jueves, 1 de marzo de 2007

Mi vida sin mí: en el metro.

Tras una incesante pelea con la almohada, consigo levantarme de la cama a las ocho y media. Entonces, durante la media hora que tardo en despegarme las legañas, escucho la radio e intento adelantarme a los intérpretes cuando traducen las palabras de los políticos internacionales. No hay manera, nunca lo consigo. Renuncio definitivamente a la interpretación.

Salgo de casa pitando. Aunque el rectorado me haya bendecido con un maravilloso horario de tarde, siempre tengo otras cosas a las que dedicarme por las mañanas (tengan o no tengan que ver con los idiomas y la traducción -algo hay que poder poner en el apartado «Otras actividades» de un curriculum-). Entonces comienzan mis aventuras en el transporte público. A pesar del coñazo que es vivir a más de tres cuartos de hora de cualquier lugar habitable (mejor ni menciono lo que tardo en llegar a la universidad), a veces me doy cuenta de lo que se pierde la gente que vive cerca de la facultad, o los que tienen una habitación en la residencia que les permite incluso ir caminando a clase. El transporte público es un cajón de anécdotas a 50 km/h, y, gracias a la precariedad de los países más pobres, un método muy original de aprender idiomas, por así decirlo.

Hay tres cosas que se pueden hacer mientras viajas en metro: leer, estudiar o escuchar música. También puedes dedicarte a sus variantes, es decir: fingir que lees, fingir que estudias o fingir que escuchas música. Yo suelo practicar esto último, y he de decir que soy muy buena en ello (tengo ciertas tácticas), pero reconozco que debería aprovechar esos momentos para estudiar, visto lo visto, y no para hacer el tonto. Cuando finjo hacer todo lo anteriormente mencionado en realidad me dedico a escuchar conversaciones ajenas (curiosidad de traductora) siempre y cuando se hablen en otro idioma. Como comprenderéis no tengo ningún interés en el único idioma que ya domino. Aunque he de decir que, a menudo, me quedo fascinada por algunas palabras o expresiones que pronuncian algunos supuestos hablantes castellanos. Incluso he pensado seriamente en hacerles un estudio sociolingüístico-fonético-filológico-saussuriano alla Chomsky como proyecto de fin de carrera o algo así. Bueno, eso ya se verá. En cualquier caso, aunque me dedico a pegar el oído a conversaciones que no debería escuchar (a veces se oye cada cosa), nunca me sirven para entenderlas el inglés, francés o alemán (el primero que puedo chapurrear más o menos decentemente y los otros dos con los que soy capaz de decir cosas como: «Disculpe, ¿dónde está el banco?» o «A Pedro le gusta más el pescado que a Juana, pero a Juana le gusta la pizza tanto como a Pedro»), al fin y al cabo estos no son precisamente los idiomas que habla la gente que viene aquí a trabajar. Así que no me extrañaría descubrir un día a la salida del metro que puedo hablar fluidamente el swahili, el árabe o el rumano. No sé por qué la gente se queja tanto del multiculturalismo, a mí sólo me aporta beneficios. Ayer mismo aprendí cómo se dice «se alquila habitación» en rumano al leer los anuncios de una parada de autobús: închiriez camerà.

A pesar de todo, de vez en cuando sí oigo conversaciones en inglés, sobre todo a medida que me voy acercando a la universidad. Así que las escucho como quien no quiere la cosa mientras paso las páginas de mi manual: Errores más comunes en la traducción directa Esperanto-Código binario. Cuando el metro se para (bendita Línea 6) y por los altavoces suena la consabida frasecita: «Metro de Madrid informa que: debido a causas ajenas a Metro, el servicio entre la estación tal y la cual de la línea pascual estará interrumpida en un tiempo estimado en más de quince minutos». Obviad los errores gramaticales. El caso es que entonces llega mi oportunidad de practicar la lengua inglesa. Es un poco arriesgado limitar mis clases prácticas a estos sucesos eventuales, pero al menos es más barato que irse al extranjero. «Pero, ¿qué ha dicho? ¿qué ha dicho?» exclaman los pobres guiris (estudiantes y turistas) sacando sus móviles-traductores de quinta generación. No obstante allí estoy yo para ayudarles. Pongo los brazos en jarra cual Superman y les suelto: «He has said that… (¿?)» Vaya, la traducción inversa es demasiado difícil para mí.


Esta sección del blog está dedicada a lo que hacemos los estudiantes de traducción cuando no estamos en clase o estudiando. Como habéis podido observar en esta ocasión me he dedicado a escribir casi solamente sobre el transporte público, pero cualquiera que viva en una gran ciudad comprenderá que realmente la mitad del tiempo fuera de casa o de clase lo pasamos allí.

Un saludo.
Irene Igualada Baeza

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo te entiendo, vivo en Vigo y la Uni está en el medio del monte a 45 minutos de la ciudad!
Además el bus siempre va petado, vamos como sardinas apiñonados que casi le besas el cuello al conductor... sin comentarios... buagh!
Cuando llegas por fin, es un alivio, pero sabes que al bajar volverá a pasar lo mismo...
Es cierto que siempre escuchas conversaciones más o menos interesantes... y la traducción inversa... buf!
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Creo que eres mi doble, e incluso me arriesgaría a decir que vas a mi universidad. La única diferencia es que yo estoy en 1º, pero eso de escuchar conversaciones ajenas...eso es sagrado, ¡me encanta!

Yo también vivo a una distancia surrealista de la universidad...ya no me parece ni apetecible escuchar música o fingir que lo hago, etc.

¡Buenos dias Traductores!