miércoles, 9 de mayo de 2007

Sobre recursos y otros asuntos

Volviendo a mi tema habitual, la enseñanza de las lenguas extranjeras en T&I, he creído que sería interesante reflexionar, aunque solo sea brevemente, sobre los recursos necesarios y la inversión de tiempo, esfuerzo y dinero que supone la formación de traductores e intérpretes.

A menudo, cuando se habla de recursos en la enseñanza, no sólo de idiomas, sino en la enseñanza en general, se suelen distinguir, de manera lógica, dos tipos: los recursos personales y los recursos materiales.

Los primeros, los personales, ante todo esenciales, hacen referencia fundamentalmente al personal docente que imparte las diferentes asignaturas y guía a los alumnos en su aprendizaje. De estos páginas y páginas se podrían escribir. Sin embargo, ése no es el cometido que pretendo con este artículo, entre otras cosas, porque la opinión o impresión que tenemos de nuestros profesores suele ser muy subjetiva y apreciativa, y para nada intento emitir juicios de valor que además de ser muy personales poca justicia harían a la encomiable labor que muchos docentes desempeñan a diario en las aulas.

Los segundos, los materiales, son mucho más interesantes para lo que aquí pretendemos. Dentro de estos últimos se incluiría una infinidad de elementos que irían desde las herramientas que emplea cualquier estudiante como libros, diccionarios, manuales…, hasta los recursos y espacios que las Universidades tienen que procurar poner a disposición a sus alumnos.

En un tiempo como el que nos ha tocado vivir, los grandes avances tecnológicos se hacen sentir en todos los ámbitos sociales y profesionales, especialmente en el de la enseñanza de lenguas extranjeras. Gracias a las Nuevas Tecnologías, la formación de traductores y especialmente de intérpretes se ha simplificado mucho. Hoy en día contamos con laboratorios de idiomas informatizados, cabinas de interpretación, aulas virtuales y otros tantos recursos similares.

Las instituciones educativas, en nuestro caso, las Universidades, deben ser conscientes de la enorme utilidad que, para el alumno de lenguas, tienen todos estos equipos e instalaciones; son auténticas minas de oro con las que explotar y pulir las destrezas lingüísticas del alumnado. Por ello, aunque sea muy costoso, hay que realizar un importante esfuerzo económico, no sólo para adquirir los equipos, sino también para mantenerlos y contratar personal técnico especializado que se encargue del buen funcionamiento, las Universidades y las facultades de traducción deberían invertir en ellos, como de hecho la mayoría hace. No obstante, tan importante es invertir en estos recursos como en emplearlos de manera adecuada de modo que todo el alumnado se beneficie por igual de sus ventajas, pues, por desgracia, son muy pocos puestos y ordenadores los que se cuentan por laboratorio y no siempre la organización facilita el acceso a ellos.

Aunque no son recursos propiamente materiales, el tiempo que destinamos a formarnos y el esfuerzo que ello nos supone no son menos importantes. La capacidad de esfuerzo, trabajo y sacrificio que requiere, no sólo la titulación, sino la profesión, no es apta para cardíacos. Es una carrera a tiempo completo, consume casi las veinticuatro horas del día, pues cuando no es una práctica de última hora que debes entregar, es un examen, una exposición, clases y apuntes que preparar, libros que leer, actividades extraescolares a las que asistir etc. Sólo de pensarlo ya resulta agotador. Apenas queda tiempo para comer, dormir y respirar, y con algo de suerte, para salir el sábado por la noche y tomar algo con los amigos, pero eso sí, sin volver muy tarde a casa, porque al día siguiente, aunque sea domingo toca currar.

En el tiempo también deberíamos incluir los años, horas y minutos que dedicamos al aprendizaje de un idioma. Calcular aquí la cuenta sería algo imposible; las cifras serían astronómicas, como también lo serían las cifras si calculáramos el dinero que durante un año invertimos en nuestra enseñanza. Como esto es algo muy personal que depende de las circunstancias personales de cada cual, no voy a proporcionar una cifra concreta, pero os invito a que busquéis una calculadora, os sentéis bien en una silla y comencéis a echar cuentas teniendo en cuenta: el alquiler y la comida (sólo para aquellos que estudien fuera de casa), la matrícula, el transporte, los cursos de idiomas, los cursos y seminarios extras para reunir los preciados créditos de libre configuración, diccionarios, manuales de traducción, gramáticas de todas clases, el curso de verano en el extranjero, el año de erasmus, etc. Mejor no sigáis calculando no vaya a ser que os dé un colapso y se me vaya a culpar de alterar a las masas.

Sin embargo, a pesar de todo lo que nos pueda costar, ya sea dinero, ya sea esfuerzo, lo cierto es que todo esto resulta casi insignificante cuando uno está seguro de que donde está es donde quiere estar y de que lo que hace es lo que quiere hacer.

¡Un saludo!

Inmaculada Prieto

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