¿Es la universidad española corrupta? Ciertamente, no es un refugio de constructores marbellíes y políticos malversadores, aunque tampoco es todo lo transparente que podría esperarse de una institución dedicada a la formación de los ciudadanos.
Todo radica en qué entendemos por corrupción. Nuestra amiga la RAE, siempre presta a resolver nuestras dudas existenciales, la define en su cuarta acepción de la siguiente manera:
En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.
¿Se da esta mala práctica en la universidad? Sin duda, si bien es cierto que esta no se centra en el aspecto económico, sino sobre todo en el académico. Podemos distinguir tres grupos de prácticas que podríamos definir como corruptas.
En primer lugar tenemos la endogamia del profesorado universitario. Básicamente, esta consiste en el hecho de que los profesores a los que una universidad nombra como profesores titulares (es decir, funcionarios con plaza fija) pertenecen, en nueve de cada diez casos, a un departamento de la misma universidad, han trabajado previamente para esta, o conocen al primo del sobrino del hermano del ex cuñado del rector de turno. Por supuesto, la endogamia no sólo redunda en la calidad de la enseñanza de una universidad, sino en la justicia de los procesos selectivos con los que se nombra a estos profesores. Todos hemos oído hablar de procesos selectivos a medida, nombramientos a dedo, incluso procesos judiciales impulsados por candidatos que, con más méritos, experiencia y formación, han visto como se ha asignado una plaza a un candidato menos cualificado.
Una de las consecuencias de la endogamia es el descenso de la calidad de la enseñanza. Tomemos el ejemplo de Harvard, una de las mejores universidades del mundo, donde la tasa de endogamia (profesores formados en la misma universidad) es del 10%. Es decir, el 90% del profesorado procede de otras universidades. De hecho, en las universidades de fuera de nuestro país, se considera un punto a favor que el candidato se haya formado en otras universidades, mientras que en España, no sólo se da lo contrario, sino que el sistema beneficia al calienta sillas por encima de candidatos brillantes o de currículum profesional y académico excelente.
Al afirmar que existe endogamia, no quiero decir que el profesorado en activo no posea la formación adecuada, ni que la calidad de su docencia sea deficiente. Simplemente, quiero remarcar el hecho de que un proceso de selección equitativo y basado en criterios de objetividad beneficiará siempre al candidato mejor formado y con más méritos, y no a aquel con más contactos. Y como consecuencia de este sistema más equitativo, sí es cierto que la calidad de la docencia mejoraría.
La endogamia retroalimenta la segunda práctica que podemos considerar como corrupta en la universidad española. Los procesos electorales internos pueden calificarse de muchas cosas, pero no de democráticos. Tomemos como ejemplo la elección a rector. En primer lugar el alumnado, que supone una aplastante mayoría dentro de la universidad, sólo supone un 25% del total de los votos. Por otro lado, el 75% restante se reparte entre profesores no doctores y profesores doctores de forma desigual. Por supuesto, el sentido de la votación de muchos profesores doctores (aquellos con mayor peso en el sistema de votación a rector) no se basa en las buenas intenciones ni en el programa del candidato, sino en cuanto dinero esté dispuesto a proporcionar al departamento X, si concederá un cargo de jefe de departamento al profesor Z, o tejemanejes similares. Las corruptelas departamentales a este respecto llegan a extremos ciertamente vergonzantes, cuando se espera de esta elección el mayor bien para la universidad en su conjunto. Si enlazamos esta idea con lo que comentábamos anteriormente sobre la endogamia, un rector que se embarcara en la quijotada de eliminar tal práctica, terminaría su mandato rápidamente, bajo el peso de una moción de censura aplastante, o apartado del cargo por cualquier otro procedimiento.
Por último, la tercera práctica corrupta que podemos distinguir en la universidad es la relacionada con los títulos (si bien esta se da en menor medida comparada con las anteriores). Se dan casos de gestión cuanto menos sospechosa en algunos casos a la hora de emitir títulos propios de universidad, de cursos de formación o similares. Otra versión de esta práctica es la relacionada con el reconocimiento de créditos de libre configuración. Un mismo curso, programa de formación, práctica de trabajo, título de conservatorio de música, o de escuela oficial de idiomas puede ser reconocido por créditos de libre configuración en una universidad, y no serlo en otra. Y en muchas ocasiones, esto no se debe a razones académicas, sino a enemistades entre el rector de turno y el director de conservatorio en cuestión, trapicheos varios a la hora de gestionar el curso, y un largo etcétera.
A pesar de lo ya expuesto, no podemos considerar que la universidad española sea especialmente corrupta (sobre todo comparada con las prácticas que encontramos en otros países). Sin embargo, si es cierto que determinadas prácticas, y determinados procedimientos de funcionamiento interno, deberían ser examinados y replanteados (especialmente los ya expuestos) pues plantean en muchos casos una manifiesta falta de objetividad y de la claridad que se espera de una institución pública que trabaja en el ámbito educativo al más alto nivel, y que si quiere alcanzar los estándares marcados por la reforma de Bolonia y el EEES, precisa de un profundo cambio tanto en las formas como en la estructura profunda de tales prácticas.
Oliver Carreira
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